Otra navidad fuera de casa: ¡Nunca más!
Que tan mala puede ser la frase repetitiva que menciona el cuervo ¡Nunca más!. Esta es la oportunidad de ver más allá de las estrellas, esas estrellas que extraño tanto cuando estoy fuera del pueblo que me vió nacer. En esta ocasión no quiero lamentarme, ni ser un diccionario de lamentaciones, soy demasiado sofisticado para eso, esta ocasión quisiera escribir de la Navidad.
La Navidad no es para mi o quizás yo no estoy hecho para las navidades. En mi casa no se ha dado el caso de colocar un nacimiento, ni arbolito de navidad, ni lucecitas chinas, ni colocar una corona de ramas de pino y esto tal vez porque preferíamos gastarlo en comida en lugar de algo inerte, o por el conocimiento moral y espiritual de que dicha celebración no existe y no es más que un invento comercial de las grandes corporaciones.
Recuerdo solo una vez, la única en toda mi infancia en el que una tía proveniente del Distrito Federal llevó un arbolito de navidad, de esos que dicen Made in China, con tres patas anaranjadas -lo recuerdo tan bien-. Le colocaron unas lucecitas como sacadas de ultratumba, con puntas lacerantes y colores sacados de un comercial de Coca-Cola (creo que voy a dejar de decir marcas porque no sé si esto infrinja la licencia Creative Commons,ja). Bueno, decía... luces de ultratumba. Es difícil describir la arquitectura de mi casa, es como una escuadra, donde el cuarto donde colocaron el susodicho árbol corresponde a la intersección de las dos lineas de concreto perpendiculares que corresponde a la escuadra que dibuja mi casa. Para ir a prender las luces tenía que ir desde un extremo hasta la intersección, digo cuando tienes extremidades de 40 centímetros y una casa de pueblo las distancias suelen ser colosales. Fui a prender la luz y miré la luz tenue e intermitente del árbol de navidad, me hipnotizó, me intimidó no recuerdo cuanto pero de pronto me vi enajenado frente a las luces roja, verde, blanca, azul, y así sucesivamente por un lapso de tiempo que me pareció eterno. Sentí miedo en la oscuridad inminente pues la tarde iba cayendo a mis espaldas. Solo fuimos el árbol y yo en medio de la oscuridad y me apareció mi breve vida frente a mis ojos, medité en el futuro incierto en el que ser bombero o médico eran las únicas buenas profesiones a elegir. Se escuchó una voz a lo lejos, una voz dulce como la que se escucha al final del túnel de luz, una voz llena de vida después de la muerte, era mi madre. Acudí a cenar sin prender la luz, y por alguna razón me sentí agradecido el siguiente Diciembre de no ver el árbol de navidad nunca más.
La Navidad no es para mi o quizás yo no estoy hecho para las navidades. En mi casa no se ha dado el caso de colocar un nacimiento, ni arbolito de navidad, ni lucecitas chinas, ni colocar una corona de ramas de pino y esto tal vez porque preferíamos gastarlo en comida en lugar de algo inerte, o por el conocimiento moral y espiritual de que dicha celebración no existe y no es más que un invento comercial de las grandes corporaciones.
Recuerdo solo una vez, la única en toda mi infancia en el que una tía proveniente del Distrito Federal llevó un arbolito de navidad, de esos que dicen Made in China, con tres patas anaranjadas -lo recuerdo tan bien-. Le colocaron unas lucecitas como sacadas de ultratumba, con puntas lacerantes y colores sacados de un comercial de Coca-Cola (creo que voy a dejar de decir marcas porque no sé si esto infrinja la licencia Creative Commons,ja). Bueno, decía... luces de ultratumba. Es difícil describir la arquitectura de mi casa, es como una escuadra, donde el cuarto donde colocaron el susodicho árbol corresponde a la intersección de las dos lineas de concreto perpendiculares que corresponde a la escuadra que dibuja mi casa. Para ir a prender las luces tenía que ir desde un extremo hasta la intersección, digo cuando tienes extremidades de 40 centímetros y una casa de pueblo las distancias suelen ser colosales. Fui a prender la luz y miré la luz tenue e intermitente del árbol de navidad, me hipnotizó, me intimidó no recuerdo cuanto pero de pronto me vi enajenado frente a las luces roja, verde, blanca, azul, y así sucesivamente por un lapso de tiempo que me pareció eterno. Sentí miedo en la oscuridad inminente pues la tarde iba cayendo a mis espaldas. Solo fuimos el árbol y yo en medio de la oscuridad y me apareció mi breve vida frente a mis ojos, medité en el futuro incierto en el que ser bombero o médico eran las únicas buenas profesiones a elegir. Se escuchó una voz a lo lejos, una voz dulce como la que se escucha al final del túnel de luz, una voz llena de vida después de la muerte, era mi madre. Acudí a cenar sin prender la luz, y por alguna razón me sentí agradecido el siguiente Diciembre de no ver el árbol de navidad nunca más.
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