sábado, septiembre 10, 2011

Escribir por ejemplo... (Monólogo)

Emilio Carballido

Puedo escribir los versos más tristes
esta noche...
Pablo neruda

(Despacho de abogado medianamente próspero. Comodidad indispensable, pero ningún lujo. Escritorio, teléfono, anaqueles con libros. Un calendario que indica: 1950.

Está Ernesto Beltrán Jr. consultando un diccionario enciclopédico. Suena el teléfono)

Ernesto: - Despacho del licenciado Beltrán. - No, no está, señorita. ¿Gusta dejarle algún recado? - Habla el hijo del licenciado Beltrán. - Está muy bien. - De nada. (Cuelga.) - Vieja molona. (Vuelve al diccionario.) Hasaní... hasta... hastial... hastiar... No, ya no. (Busca en otro tomo anterior.) A... a... asondar... asperiego... aspercillo... asperón... aspesura... ¡áspid! Ajajá: áspid. (Va al teléfono y marca un número.) Quihubo. - ¿La buscaste? - ¿No?. Pues es sin hache, sí, sin hache. - Claro que sin hache, idiota. - Sí. - De todos modos ya quité ese verso. - Pues para convencerme. - Sí, estaba yo seguro. - Oye cómo quedó:

Entre semillas de girasoles,
envuelto en papel azul turquí
finamente guardado y envuelto
está el beso que nunca te di.

Aquí venía lo de los áspides, pero desentona y lo corté. Luego sigue:

El beso, sí,
el que se fue poniendo amarillo,
el que pude perderlo pero no lo perdí...

No, no. A mí me gusta más así. No, qué va a estar mejor antes. -¿Qué cosa? -A mí qué me importa que no se use ya la rima. ¿Y quiénes no la usan? -Aaaaah, es remalo. -Sí, una mugre. Pura mugre destilada y quintaesenciada, sí. –En cambio, Neruda sí usa la rima. ¡N’hombre! ¿Y los veinte poemas? –Sí, los veinte. –Ahhh, ¿verdad? –Oye, pero la carta... –Sí, hombre, claro que he estado escribiendo la carta. –No, si le doy los versos me va a decir que qué bonitos están y no se va a imaginar que son para ella. –Me río de la intuición femenina. – Pero estoy hecho bolas, oye. -¿Te leo lo que llevo? –No, no hagas esa voz de resignado. –Qué te importa. –No, no te digo. –Porque no. –Sí, sí es del grupo, pero vas a empezar a molerme delante de ella, ya te conozco. –No, no te digo quién es. –Pues cláchame, a ver si puedes. (Suena el timbre de la puerta.) – Espérame, están tocando. (Deja el teléfono y va a abrir. Se asoma a todos lados. Grita hacia fuera.) Ya te vi, desgraciado, vas a ver. (Cierra, dando un portazo. Entre dientes.) –Maldito escuincle... (Coge el teléfono.) –Era el desgraciado chavo de arriba. Bueno...Bueno... (Aprieta varias veces el llamador.) -Bueno... (Cuelga. Se sienta al escritorio y toma una carta. Va a leerla cuando suena el teléfono. Descuelga.) -¿Por qué colgaste, idiota? -Perdón. Creí que... –Es el despacho del licenciado Beltrán. –No, señor, no está él. ¿Gusta dejarle algún recado? –De nada. (Va a colgar. Recuerda.) -Y perdone. Creí que... (Cuelga. Toma la carta y lee, aprisa y bajo, para sí.) "María Luisa: Es torpe, según yo, que utilice una carta para decirte lo que siento..." Siento no, siento... (Corrige) -"loque quiero decirte..." (Relee) -"Decirte lo que quiero decirte". ¡Imbécil! (Tacha) -"Decirte lo que..." "decirte lo que..." "poco a poco me... me liga... me ata, me aproxima..." Me aproxima hacia ti (Escribe) –Ajá. (Sigue leyendo.) -"Pero el trato diario en las clases, la clase de camaradería entre nosotros, hace que nuestro trato se torne cada vez..." No, no, no, no. Trato y trato...(Tacha.) Esto es un desgarriate... (La rompe. Coge otra carta.) -"María Luisa querida:" (Despectivo.) -"María Luisa querida..." (Tacha.) -"María Luisa: La lengua es débil y el lenguaje es fuerte. Una carta es... (Desanlentadísimo.) – Ay, Dios, qué porquería. (La rompe también. Toma otra carta. Lee.) "María Luisa Romaña: Quiero empezar con tu nombre completo, escribirlo así, con la música dulce que encierra y que yo repito... entre dientes, paladeándola. María Luisa Romaña (Tímidamente.)": "Estoy enamorado de ti". (Se detiene, nervioso.) –No, creo que no suena bien. (Relee, grandilocuente y apasionado.) "Quiero empezar con tu nombre completo, escribirlo así, con toda la música que encierra y que yo repito entre dientes, paladeándola. María Luisa Romaña: ¡estoy enamorado de ti!" (Se interrumpe. Mira a todos lados, avergonzado. Mueve la cabeza. Rompe la carta, despacito, y la tira. Coge otra más. Lee.) -"María Luisa: dos personas pueden verse diariamente muy próximas y haber sin embargo..." Embargo... Embargo... (Va al diccionario. Se detiene.) -Imbécil. Claro que sin hache. (Regresa. Lee en silencio.) –Sí..., ajá... (Va empezando a leer, de en silencio a entre dientes, de entre dientes a voz baja, hasta terminar, conmovido, leyendo en voz alta.) -"...un sentimiento confuso primero, claro y resplandeciente después. Me atrevo a llamarlo amor, y quisiera verte frente a frente y decírtelo, pero temo el sonido de las palabras en mi voz torpe, y que dudes, y que no creas esto tan serio, tan violento como en realidad es. Tu credencial no la perdiste: la robé yo y te lo confieso sin vergüenza..." (Corrige aprisa.) -"Sin avergonzarme (Suena el teléfono.) –Chin... (Descuelga y contesta.) –Bueno. -¿Con quién quiere hablar? –No, ningún licenciado. (Cuelga, violento. Vuelve a leer, entre dientes.) -"Quería yo tener ese retrato tuyo, y en momentos ridículos me he puesto a hablar con él, a decirle..." (Suena el teléfono. Lo ve con odio. Descuelga y dice un feroz.) -¡Bueno! –Sí, es Ernesto. –Ah, eres tú. ¿Por qué colgaste? –Cuándo no ha de estar hablando tu hermana. Ya cómprale su teléfono. –Oye, ¿te leo la carta? –Qué te importa. –No, no te digo para quién es. – Deja leerte. (La coge y lee.) Bueno, equis, ¿eh?, y digo: "Dos personas pueden verse diariamente, muy próximas..." Sí, claro, que es la misma de hace un rato. – No, la segunda. Hice otra, pero ésta está mejor. –Pues sí, ya te la leí, ¿y qué? ¿Verdad que sí? –Sí, yo creo que está bien. Se la voy a dar con los versos, a ver si azota. -¿Cómo que depende? -¿Qué cada cual requiere diverso tipo de cartas? -¿Y qué? -¿Tenga qué? Lo que quieres es saber quién es ella. –Uh, ni que me interesara tanto tu opinión. –Cuando se la haya dado te digo. –Pero deja leerte este párrafo. –Oh, es un párrafo. –No me digas, a poco vas a estudiar ahorita. – Pues vente ya para acá. –Oye, es que habíamos quedado. Hasta traje mi libro de latín. –Bueno, yo de todos modos voy a estudiar toda la tarde. –No seas mula, si no vienes me va a dar flojera. -¿A bailar? ¿Vas a bailar? -¿Con quién? –Ah, con que tú también. ¿A lo macho? -¡Suave! –Sí, ya sé que tú eres rápido, yo no. ¿Quién es ella? –Dejar ver... ¿Eloisa? –No, la mejor no, pero de las mejorcitas. –A poco no?, ¿pues quién? (Deja de escuchar. Se queda viendo al frente, con la boca abierta. Baja el audífono, ve con odio el teléfono. Vuelve a escuchar, mecánicamente.) Sí, te oigo. –Azotó, claro. Sí. (De pronto cuelga ferozmente el teléfono, con un violento golpe. No deja de sujetarlo, antes al contrario, lo aprieta con fuerza, como queriendo estrangularlo. Afloja lentamente. Se frota los ojos. Lee, irónico, con la voz estrangulada.) "María Luisa: Dos personas pueden verse diariamente, muy próximas..." (Hace una mueca, que es una especie de sonrisa.) – Idiota. (Suena el teléfono. Descuelga. Tose.) –Nada. Es que tocaron la puerta. El chavo de arriba. –Pero ya me voy, oye. Es muy tarde. –Ah, sí claro . (Sufre cuando empieza a oir, interrumpe.) –Pero luego me cuentas mejor. -¿Qué cosa? (Sigue escuchando.) –Espérate, están tocando otra vez. Y ya me voy. Sí, nos vemos. (Cuelga. Relee.) "María Luisa: Dos personas pueden verse diariamente, muy próximas y haber, sin embargo, llegado a un grado de..." (Rompe la carta con violencia, en menudos pedazos que estruja y azota en el cesto. Toma los versos y lee con rabia irónica.)

Entre semillas de girasoles,
envuelto en papel azul turquí,
finamente guardado y envuelto
está el beso que nunca te di.
El beso, sí,

(Se va dejando conmover, un trémolo le invade la voz.)

el que se fue poniendo amarillo,
el que pude perderlo pero no lo perdí,
rayado con tenues hilitos de sangre...

(Se interrumpe, a un paso del sollozo. Rompe, casi con cólera, el papel, pero se detiene. Lo ve. Lo dobla con amoroso cuidado y lo guarda en su cartera. Sale.)

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