Bastó
Bastó con que ella me hiciera reír, porque era graciosa e irreverente; bastó con que me tomara la mano entra las suyas con el pretexto de analizar mis lineas de la palma de mi mano. Bastó con que me llamara Ñoño porque leía demasiado, porque usaba un anillo de plata en mi dedo anular y hablaba de socialismo utópico. Bastó que no dijera, como yo, cabello en vez de pelo y rostro en vez de cara. Bastó con que al soltarme la mano me la dejara impregnada de ese olor penetrante y sensual que yo, que no sé nada de perfumes, creí que era amaderado. Bastó su mano franca, sus palabras de apoyo. Bastó decirme amigo. Bastó con que me empezara a llamar Cucharito a secas, borrándome el nombre y apellido de un plumazo y dejándome reducido a un sobrenombre sin origen aparente, pero bastó con que una noche me dijera, te quiero.
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