Un año ha pasado a
formar parte entre los muertos, muchas personas han desaparecido de mi
vida, otras más han aparecido para mantener el equilibro. Cuántas
personas que me eran conocidas ahora ya no están. Recuerdo que cuando
caminaban entre nosotros fueron luminosos, generosos, sonrientes,
camaradas, bravos y decentes, ahora, ¿De qué sirve el luto eterno? ¿De
qué servirían nuestras lágrimas noche a noche? El dolor no puede ser más
grande que las alegrías. Sí, es cierto, he perdido amigos en el camino,
he bajado al Seol el féretro de mi propio padre, he aprendido a
extrañar, a necesitar, a sentirme desolado. Pero sé que por cada uno que
he perdido he ganado otros cien. De los que amé escribí lo mejor que
pude. Ahora escribiré de los que amo y de los que pretendo amar.
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