Siempre, bueno, casi siempre pienso en ti,
en el crepúsculo y al ver las estrellas,
de vez en cuando en el conejo de la luna
y casi siempre,
tu rostro reproducido a detalle en las nubes,
¡ah! se me olvidaba,
el cinturón de Orión deletrea tu nombre.
Estás presente,
guardada en el cofre de recuerdos,
en la repisa frente al espejo del alma.
Me pregunto a veces,
por qué te pienso, por qué te sueño,
intento explicarme,
por qué eres una necesidad necesaria,
redundante,
por qué extrañarte se me ha hecho vicio.
No te comparo con nada,
ni con el infinito, ni con exponentes o ecuaciones
porque sería entrar en dilemas, teoremas y axiomas.
Tu sonrisa, cual diccionario del que brotan palabras
que en noches como esta convierto en poesía,
me hace feliz.
Casi siempre me despierto a mitad de la noche
susurrando tu nombre, y a veces,
sólo a veces me vuelvo a dormir.
Detesto, casi siempre,
el viento que me arrebata las palabras de la boca
y me deja sin aliento.
No sé qué decir, casi siempre, prefiero escribir.