miércoles, septiembre 01, 2010

Día soleado (III)

Primera parte

Segunda parte


Me desperté a mitad de la noche, otra vez insomnio, maldito veneno. Era la cuarta noche que no podía dormir. Los acontecimientos recientemente ocurridos eran el motivo, la razón, tenía que continuar con mis estudios, el modo, llevándome a vivir a otro lado atracándome de los brazos de mi madre. Es cierto que dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido, pero en este caso en particular, no era una perdida en toda la expresión de la palabra sino un distanciamiento, aunque muchos años después descubrí que nunca regresé a mi hogar.
El primer día de escuela es, a mi parecer, el día en el que te defines para el resto del ciclo escolar. Teniendo eso en mente y valiendo un mísero cacahuate, llegué tarde y entré a la mitad de lo que resultó ser mi primera clase. Resultó breve. Al finalizar eché una vistazo a mis alrededores, tanteando el terreno, definiendo lo que sería mi universo. De pronto la vi, era Ella, la mujer que durante mucho tiempo había soñado, la que sería.... un momento ¿saben de lo que estoy hablando? Creo que no. Para comenzar esta historia tengo que evocar el pasado. No quiero escribir como poeta o historiador ya que no me siento capaz de hacerlo. Esta historia es muy importante para mí, más que para cualquier otra persona, ya que es la mía y la historia de una mujer: no una mujer ficticia o inexistente, sino la de una mujer real, única y viva:

Decir que la historia se remonta al jardín de niños es una mentira pues a esa edad nada superaba mi interés por los carruseles, los licuados y los juguetes baratos. Eran de un día ahora lejano del mes de Mayo, el reloj marcaba las 9 de la mañana y entonces, apareció. Ella era alta y esbelta, vestía un uniforme bien planchado, dos coletas a cada lado de su pequeña cabeza, tenía una cara inteligentemente expresiva, la piel más blanca que había visto hasta ese entonces y unos ojos claros como la mañana, color aceituna, color miel, quien soy yo, ¿acaso un pintor? para poder describir con exactitud el matiz del color de sus ojos, ¡qué ojos!. Quedé encantado de ella en el acto. Pertenecía al tipo de mujer que admiraría a partir de ese momento. No sería mucho mayor que yo, si acaso unos cuantos meses, tenía gracia en cada movimiento de sus manos, me pareció elegante, tenía algo en el rostro que me cautivó. Nunca me aventuré a acercarme a ella en otro plan que no fuera académico o de índole infantil. Pero tuve en ese momento una honda impresión y un enamoramiento que ejerció sobre mi vida la más poderosa influencia.
Esa mañana vi antes mis ojos una imagen sublime y venerada. En ese momento, en ese instante no tuve otra necesidad y otro deseo tan profundo y tan fuerte de venerar y adorar. La maestra hablaba, y yo enajenado, mis compañeros me dijeron después que estuvo presentando oficialmente a la “nueva” alumna. Su belleza me llevó al limbo y fue el motivo por el que no supe su nombre, y por el que le llamo ahora Beatriz. Tuve su imagen grabada en mi pensamiento, le construí un santuario y me convertí en un devoto fiel, que reza en silencio elevando plegaria en un templo.
La historia continua, obviamente Beatriz tiene su propia idilio, su propio capítulo y su fatídico desenlace pero como dicen las abuelitas, “esa es otra historia”. Por el momento y como fines didácticos e históricos queda elucubrado, quién, dónde, cuándo y cómo apareció. Prosigo, entonces.

Era Ella la reencarnación de Beatriz, mis sueños infantiles beatificados y sentados en una silla escolar a escasos dos metros de mí. La respiración se me entrecortó, el sudor corrió por mi sien. Puse atención a su nombre, uno aprende de sus errores déjenme decirles. Curiosamente se llamaba “Equis”, sí, efectivamente, igual que la historia de “la rosca de día de reyes”, curiosa la vida, ¿coincidencia? no, esa es la respuesta de los cobardes y los idiotas, de la gente que no conoce la mano de Dios. Resultó ser de otro planeta, más allá de Marte, de toda la vía Láctea. Su carácter chocaba con el mío, su ideología, teología, biología, genealogía. No había nada que decir. Toda estaba dicho. Pero, como todas las historias reales, se bifurca y se enmaraña. Mi capacidad para querer había sido reducida a una torpe angustia sin pies ni manos, a una absurda timidez y un nudo en la garganta, eso está por demás claro. Sin embargo, uno siempre se renueva cada cierto periodo de tiempo y actuamos de una manera que parece que lo que nos contó horrores aprender se vuelve un mal recuerdo y nada más. Ahí estaba yo, otra vez, con mi cara de idiota, enamorado.

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