miércoles, abril 28, 2010

Capítulo desconocido de una novela incompleta II

Día Soleado
Primera parte

Segunda parte


Estuve buscando una ocasión “especial”, durante muchos días mantuve a salvo la carta de las inclemencias del clima metida en la bolsa del pantalón. Recuerdo el aspecto rupestre de la carta, era una hoja de libreta a rayas, esas de lineas rojizas. Gramaticalmente era un atentado a la Real Academia, pero lo que importaba era la intención con la que mi corazón le ordenó a la mano que la escribiera. Mi letra era horrible antes como lo es ahora, así que de verdad hice un esfuerzo al hacerla legible. Llegó el momento decisivo. Es bueno hacer notar que la camaradería entre nosotros había disminuido notablemente, digo, sabiendo que tenía semejante bomba emocional en mi bolsillo, se me hacía realmente “peligroso” acercarme a ella por miedo a que explotara. Al salir de clases, yo traté de ir a la par de ella, sus amigas se apartaron conforme caminábamos, cada uno iba camino a su casa bifurcando en cada cuadra que avanzábamos. Yo sabía la ruta por la que ella iría, decidí adelantarme, tal cual lobo en el cuento de Caperucita, a esperarla más adelante para que no hubiera testigos de mi declaración. Pasó lo que yo creí una eternidad pero que realmente no creo que hayan sido más de 5 minutos. Decidí volver a buscarla. La multitud de alumnos evitaba que la viera a primera vista, conforma avanzaba no podía encontrarla por ningún sitio, -se habrá ido por otro camino, pensé-. Al avanzar, de la nada apareció ella, caminando, sola, tal como lo había planeado. Su camino era lento, parsimonioso, y yo venía a su encuentro. Nos separaban diez metros, ella venía hacia mi y yo hacia ella. De pronto, sentía una sombra rebasarme por la derecha, la sombra se acercó a ella, la saludó con un beso en la mejilla y se abrazaron. Sin darme cuenta detuve mis pasos. El mundo se desintegró para mí, ese día, lo recuerdo claramente con cierta nostalgia infantil. Me di la vuelta y dije: ¡Nunca más!. Llegué a mi casa con mi corazón latiendo deprisa como si quisiera sobrepasar el ruido del mundo con sus latidos. Me senté al borde de mi cama, esa que tantas noches había cobijado mi sueño, esa cama en la que había soñado despierto, en la que la madrugaba me había sorprendido pensando en ella. ¡Nunca más!. Rompí la carta en tantos pedazos como me lo permitía la geometría. Prendí mi grabadora y me recosté, esa día castigué a mi estómago, me negué a probar bocado, sólo quería olvidarme de todo y la música era una buena forma de hacerlo: “Tú, me robaste el alma, tú, me robaste el amor, tú, esa vez que te fuiste, también me dejaste sin mi corazón... Porque no pude enamorarme más, tú te adueñaste de mi voluntad, en todo este tiempo he guardado deseos y quiero saciarme en ti nada más...”. No me di cuenta en qué instante me quedé dormido, sólo sé que el cansancio cobra su salario puntualmente tarde o temprano. Desperté como si nada hubiese pasado, como si unos extraterrestres me hubiesen abducido en mi sueño y me hubieran hecho un trasplante de corazón. El desayuno supo a olvido. A partir de ahí, todo volvió a la normalidad y el tema nunca volvió a mi mente. Creo que e esta historia te resultará curiosa pero creo que conoces a la protagonista, se llama “Equis”.

Mi amiga, que hasta ese momento había escuchado atentamente, abrió ligeramente los ojos, como mostrando cierta sorpresa.

*¡No! ¿A poco se llama igual que yo?
*¡Sí!
*No... no... no... ¡no me digas que soy yo!. No puedo ser yo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

*Pues créelo, que esto sucedió en el 2000 en aquel 3ro. C de secundaria.

Ninguna lágrima brotó, pero amenazaron por un instante en hacerlo

*¿Por qué eres tan tonto? ¿Por qué no me lo dijiste después?
*¿Por qué habría de hacerlo? Si con lo que vi no tenía ganas de nada, además siento que no era el momento oportuno para mi así que lo dejé pasar.
*Si serás bruto -me dijo cariñósamente-. Yo no tuve novio hasta el tercer semestre de la preparatoria. ¿ A quién viste ese día? ¿Cómo era el que me llegó a traer?
*No lo sé, eso fue hace diez años. Lo único que recuerdo es que iba en bicicleta y que te fuiste con él. Te saludó de beso en la mejilla, cosa un poco inaudita para pubertos como nosotros.
*Ah, creo que lo recuerdo. Mi papá siempre me iba a traer a la escuela, porque estudiábamos en turno vespertino, pero ese día no llegó, por eso iba caminando. El chavo era amigo de mi hermana, ella iba en la prepa. Imagino que le pidió de favor que me fuera a traer y que me llevara a mi casa. Menso.

Una extraña sensación recorrió mi espalda. Me sentí estúpido, diez años después. Quise maldecir y expresar con todas mis fuerzas: “Hubiera”. Guardé silencio, la sorpresa se reflejó en mi rostro. Me explicó que le había ido mal con su primer amor, que la habían herido, que quizás las cosas hubiesen sido diferentes “si tan sólo...”. Me contó que hacía 3 años no tenía novio, que de cierta manera estaba dolida con el género masculino. El mundo pudo haber girado diferente. Mi corazón latía desbordado por la verdad revelada muchos años después.


*¿Qué me viste? ¿Qué es lo que te gustó de mí? Si siempre fui una mocosa, una chamaquita sin gracia. Prácticamente una niña.
*Eso fue exactamente lo que me gustó de ti. Tus faldas de tablones, fajada hasta la cintura. Tu cabello indomáble, tu sonrisa.
*¡Ay Otto! Ni modo, quizás en otra vida.
*Sí, quizás
* ...

La visita fue amena. La conversación que le siguió está por demás contarla. Cosas triviales amenizadas por galletas de trigo y pozol. Las cinco horas que estuve platicando con ella fueron emocionantes, la manera de evocar el pasado de una manera irrisoria le quitó el toque trágico de lo que pudo ser una historia de amor. Al despedirme me dijo que quería la carta, que después de tanto tiempo merecía saber lo que decía. Lamentablemente ni el mejor arqueólogo tiene la capacidad de encontrarla ahora que ha desaparecido en el umbral del tiempo. Prometí que le escribiría algo, cuando lo sintiera, cuando por inspiración en una noche melancólica recordara aquel amor que tuve. Hasta ahora no la he escrito no por falta de tiempo, sino que se me hace realmente inútil, aunque ella esté en su derecho. La pienso escribir, no hoy, no mañana pero sí un día antes de que el mundo se desintegre.

Al caminar de regreso a mi casa, las cuadras parecieron eternas. Pensé en todas las cosa que había querido hacer y no hice por tal o cuál motivo. Los sentimientos que por miedo al rechazo fueron brutalmente reprimidos. Las cosas que en su momento me habían dolido en el alma y hoy no son más que un recuerdo del que estoy orgulloso de poseer, tal como heridas de batalla, como medallas al valor colgadas en mi pecho. A través de mi vida he perdonado, me han perdonado, pero siempre queda la espina de la duda, de lo que los americanos llaman “what if” así que decidí tratar de hacer memoria de los sucesos que me marcaron, que definieron mi caracter y que de una u otra manera me mostraron el camino. De todas las historias, sobresalía una en particular, una que tiene relación inmediata con la narrada anteriormente. Como toda historia tiene un toque melancólico, cómico, y trágico. Esta historia comienza más o menos así:

"Hay momentos en la vida, que, por una razón u otra te sientes bien. Y, generalmente es después de perder la esperanza en algo, cuando crees que no vas a tener suerte, que las cosas no te van a ir bien, es entonces cuando pasa. Piensas que si algunas cosas hubieran sucedido antes o después, o simplemente no hubieran sucedido, lo que estás viviendo en estos momentos, de la forma en que lo estás viviendo, quizás nunca habría tenido lugar. Yo no soy de los que creen en los milagros, pero hay veces que la casualidad, casi milimétrica es demasiado perfecta., y es esa casualidad la que hace que, aunque llueva, aunque sea de noche, te sientas como en un día soleado..."

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