jueves, abril 01, 2010

Día soleado (fragmento)

...su presencia tenía algo de bondad, sus palabras muchas veces calmaron mi dolor al hablarme en un lenguaje que me resultaba divino. Nunca me atreví a más, a quererla querer. ¡Cobarde!. Los meses pasaron, las hojas caían, los frutos nacían y yo con mi sentir anidado, hibernando en espera de algún día armarme de valor. Al año siguiente, mi ilusión se había convertido en sólo eso, no había un deseo por convertirlo en realidad. Es quizás la baja autoestima el principal problema, es esa estúpida idea de no sentirse digno de merecer el cielo, como si un enfermo dijera no merecer el hospital aún cuando este se está muriendo. ¡Pardiez! “porque puedo mirar el cielo, besar tu manos, sentir tu cuerpo, decir tu nombre...”.

Cuanto hubiese dado esos días por regresar el tiempo atrás y volver a mi época de infante. En las noches, frente a mi casa, a la orilla de la calle custodiada por la oscuridad de la noche se encontraba un árbol, no era de mango, ni almendra, ni ceiba, ni de aguacate, ni ninguno de los árboles suntuosos y aromáticos que debería crecer en una tierra tan fértil como la mía, sino, más bien parecía un árbol común y corriente, cargado de lluvia, de frutos ausentes, de nidos de pájaros, un árbol de laurel, pequeño pero gigantesco en recuerdos, por ese motivo era mí árbol y de nadie más. Muchas noches sin estrellas me senté a sus pies, guitarra en manos a entonar canciones que me hacían recordarla. El árbol se alimentaba de mis sueños que flotaban en el aire cuando me pasaba horas enredado en mis propias especulaciones...

¡¡¡Feliz Cumpleaños!!!

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